sábado, 6 de noviembre de 2010

Entrevista - Daniel F

La locura desde el lado más sublime
El mítico líder de Leusemia y trovador predilecto de la escena subte del rock peruano impregna sus canciones de alusiones permanentes a desvaríos y manicomios. Aquí un diálogo intimista sobre las raíces de este afán por lo irracional que, como toda locura, roza sus quejas por el suicidio de un rock star hasta su temor disimulado por César Vallejo.
Por Ghiovani Hinojosa
Fotos Eduardo Cavero

En una versión tuya en vivo de la canción “De cartón piedra”, de Joan Manuel Serrat, que trata de un hombre que se enamora de un maniquí, reniegas del pesimismo de los cuerdos y elogias el optimismo de los locos. ¿Qué es la locura para ti?
–Tomo la locura desde el lado más sublime: como utopía, idealismo, sueño. Todos los grandes románticos que dieron la vida por algún ideal son considerados locos. Este tipo de locura es el que admiro y que me emociona mucho.
–Pero también está presente en tu obra el desvarío como un rasgo clínico, psiquiátrico.
–Para hacer “Hospicios” (2004), un disco centrado totalmente en la locura, visité el Larco Herrera, el Noguchi y el Hospital Militar con el fin de empaparme del ambiente de los pasadizos oscuros y del desquicio de los pacientes. Los títulos de las canciones son sencillamente la visión del que ingresa a un manicomio y ve “El hombre que no podía dejar de masturbarse”, “La mujer que alguna vez se quiso suicidar” o “El hombre que le cantaba a la Luna”. No hay nombres propios.
–¿Te identificaste con ellos?
–No, simplemente el meollo de la obra comenzó a girar en torno a mí. Muchas piezas de “Hospicios” ya estaban conceptuadas en 1999; solamente faltaba darles el barniz final.
–¿Piensas que la locura también puede ser una postura forzada?
–Al final, la locura es sólo una palabra. Lo que importa son los actos: si un loco, con su locura, salva a tres niños de un incendio, bienvenidos sean los locos.
Cobain, ese cobarde
–En la canción “Vesania”, afirmas que “la locura está presa entre estas mis venas y en este amor irremediable, en esta locura que aún tú no sabes”. ¿Qué hay detrás de esta frase?
–El único afán allí es mostrar que querer tanto a una persona me puede volver loco. Aunque no creo que esto pase de verdad. En realidad, yo no pensaba vivir tanto tiempo. Yo calculaba, como muchos jóvenes de mi época, llegar a los 25 años, y se acabó. En la adolescencia todos piensan así y yo no fui la excepción. Pero he dejado el suicidio por ella, una chica que conocí. Opté por la locura de vivir. Para mí, la vida es una locura.
–¿La otra opción también era una locura?
–Claro, pero más que una locura –que me disculpen todos los suicidas– era una tontería. El suicidio no es un buen remedio, genera dolor en los que te quieren realmente.
–Pero esto lo has aprendido con el tiempo.
–Todo se aprende con el tiempo. Cuando murió Kurt Cobain (Nirvana), Rafo Ráez compuso una hermosa canción titulada “No te perdono tu muerte”. Yo no creo que alguien le perdone la muerte a Kurt Cobain. A mí simplemente me llegó al pincho. ¿Por qué? No es que quiera igualarme, pero tanto él como los que estamos en el Perú somos músicos. Y él logró lo que aquí hubiéramos querido conseguir: vendió millones de discos, ganó millones de dólares; tuvo la vida a sus pies. Y el huevón se mató.
–¿Qué hay de sus demonios internos?
–¿Qué demonios puedes tener? ¡No puede ser! (indignado).
–Pero no todo es fama y dinero.
–Si yo tengo eso, ya no existen los demonios. Logras lo que quieres: estás haciendo música revolucionaria que da la vuelta al mundo y crea una nueva escuela. No te puedes matar.
–¿Sabías que él fue bipolar?
–No, ni me interesa. Hay millones de grupos jóvenes y no tan jóvenes en todo el mundo que buscamos conseguir un centímetro de lo que él logró. Hubiéramos sido muy felices con ese centímetro. Su muerte es un insulto a todos los que peleamos por hacer música.
–Algunos artistas se creen condenados a la infelicidad.
–Esto es un chiste. El himno de la escena punk neoyorkina del 76 y el 77 –The New York Dolls, The Ramones, Patty Smith– fue “Born to lose” (nacido para perder). Si llegaron al mundo para perder, ¿qué le quedó? Drogarse y morirse. Decir que uno ha nacido para perder es un discurso muy fácil y egoísta. Yo he nacido para pelear. Creo que hay que sacarle la mierda a la mierda, luchar contra todo aquello que ensucia el camino. Para empezar, hay que darle un espacito al vecino y andar todos juntos.
–Este último es un mensaje muy cristiano.
–Ah sí, soy cristianazo. Soy un creyente sin creer. Soy un cristiano sin Cristo y sin Dios. Leo mucho a los santos, sobre todo a San Francisco de Asís, que es uno de mis ídolos, junto con Diógenes y Oscar Wilde.
Felicidad de manicomio
–En tu cuento “El señor Leinad” (Daniel al revés), retratas una afición familiar por los juegos, pero hay pocas referencias musicales, ¿por qué?
–Es un escrito de finales de los 70, antes de que sea músico. Es el encuentro entre el Daniel chibolo y el Daniel viejo. Sí hay algunas alusiones musicales: por ejemplo, el papá del protagonista es una estrella de rock muy popular que, tras ser estafado por la industria, termina viviendo en un manicomio. Lo dejan dormir allí con la condición de que le enseñe a tocar guitarra a los internos.
–Una vez más, la locura toca tu obra.
–Sí, es que yo siempre aluciné vivir así. Cuando era chico y proyectaba mi futuro, pensaba ser un soldado conscripto, es decir, engancharme y reengancharme perpetuamente al Ejército. Visualizaba toda mi vida en el cuartel, sin preocuparme de nada. Siempre he sabido que mi físico no es muy agraciado. Y los únicos que no se fijarían en mi físico son los locos. Entonces, yo viviría muy bien y muy tranquilo en un manicomio, entre locos, porque ellos no me ven, pues están inmersos en su locura.
–Ellos no juzgan.
–Son como los animales. Mis tres gatos, por ejemplo, deben pensar que yo soy maravilloso, no están viendo si soy feo o bonito.
–Pocos saben que has publicado “Los sumergidos pasos del amor”, un detallado compendio de la historia rockera peruana, ¿cómo nació este proyecto?
–Me demoré 10 años en hacerlo. A fines de los 80, cuando el rock subterráneo se volvió tema recurrente de tesis universitarias y conversatorios, los investigadores me visitaban. Y me llegaba tener que contarle a todo el mundo la misma historia. Me daba ganas de mentir. Entonces, reuní todas las preguntas que me hacían e hice un tratado, escrito, ensayo o no sé cómo le llaman a esa cosa. Lo publiqué el 2007 en Cajamarca.
–Tu libro tiene tres títulos y los nombres de tus canciones son largos y enrevesados, ¿por qué?
–Porque me divierte poner títulos que nadie entiende, ni yo. Me burlo de lo intelectual y por eso elijo nombres largos, como los de los tratados científicos.
El peligroso de Vallejo
–Creo que César Vallejo es el poeta de la belleza, cualquiera de sus versos son de puta madre. No hay pierde con ese huevón.
–¿Te acuerdas de alguno que te atraiga especialmente?
–No soy de esos que se saben las canciones y los poemas de memoria, o que recuerdan los artículos completos de Mario Vargas Llosa. No guardo mucho a Vallejo.
–Tu disfrute literario es fugaz.
–Es que no quiero terminar componiendo canciones que parezcan Vallejo. Yo trato de ser yo todo el tiempo y Vallejo es una influencia muy fuerte. Es una belleza muy peligrosa.
–En “Los dados eternos”, por ejemplo, él se dirige en un tono dramático a Dios y le recrimina conocer muy poco los conflictos humanos.
–Sí, pero el que Vallejo haya escrito poesía atormentada no significa que haya sido un tipo atormentado. El cómico no va por la calle contando chistes. Hay un estereotipo del sujeto siempre sombrío.
–¿Crees que contigo pasa algo similar?
–Claro, yo libro una batalla constante contra las alucinaciones de la gente respecto de mí. Es una pelea muy desigual en la que siempre pierdo. Quien me escucha o me lee imagina que soy un tipo muy atormentado que vive flotando en el espacio. Y, de pronto, me ve caminando por la calle todo pastrulo, mal vestido y hablando feo; y se decepciona.
–También está el mito del F romántico.
–Yo estoy todo el tiempo enamorado, pero por eso no voy a andar repartiendo corazones y flores a todo el mundo. Basta con estar vivo.

Suplemento diario La República.

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